Muchas Gracias


Hacemos público este regalazo que nos ha hecho Alejandro Caja, que nos ha puesto los pelos de punta y la lagrimilla en los ojos.
 ¡Cómo escribes! Muchas gracias 

CUANDO EL TEATRO DA LA VIDA

  No sucede a menudo, ni mucho menos. Lo que se está viviendo estas últimas semanas en la Asociación Cultural La Faena de Piedralaves es, creedme, difícil de ver, de escuchar, de sentir… He escrito “lo que se está viviendo” sin pensar demasiado y no he podido ser más justo. Pues esto es precisamente lo que tiene el teatro, el teatro de verdad: que se vive, que se vive en carne propia, que se vive aun con mayor intensidad que esa vida real que tan a menudo se nos escapa entre los dedos entumecidos de la rutina sin que apenas nos demos cuenta.

  El mejor teatro comienza, no podría ser de otro modo, por un buen texto. No voy a enumerar aquí la ristra de premios que adornan el currículo de Jordi Galcerán, uno de los dramaturgos españoles de mayor éxito de las dos últimas décadas. En “Palabras encadenadas” el autor ha conseguido trenzar hábil y creíblemente el elemento dramático –el asesino en serie y la víctima– con el cotidiano –el hombre y la mujer–, obteniendo un texto terriblemente proteico: los sentidos de la acción se multiplican abriéndose en haz, los diálogos entre los dos protagonistas se llenan de dobles, de triples fondos a medida que la pieza avanza…  La obra de Galcerán funciona como un mecanismo de relojería que atrapa, en la hora y media de su dramática esfera, un raudal de lecturas que tiende al infinito por la vía de su representación. La partitura de “Palabras encadenadas” es, en efecto, impecable, y por lo mismo todo un reto para quien se enfrenta a su ejecución.
Quienes lo hacen, quienes se enfrentan al reto de poner en solfa el texto de Galcerán, son Celia Nadal y Javier Manzanera: dos actores de raza, de esos que no podrían haber sido otra cosa en la vida y que, sin embargo su ya larga trayectoria profesional –han estrenado varios montajes propios y representado “Palabras…” más de setenta veces, cincuenta de ellas en el Nuevo Alcalá madrileño– irradian por el oficio de cómico lo mismo que el amateur más puro: pasión, devoción... A ello hay que sumarle un dominio férreo y trabajado de los recursos técnicos a su disposición, sin el cual fracasarían en la empresa de sacarle el jugo todo a una obra tan exigente como lo es “Palabras…”.

  No quiero destriparle ninguna clave al lector y posible espectador. La obra transcurre en un solo espacio, un sótano al que un asesino en serie lleva, tras secuestrarla, a su próxima víctima; este es el punto de partida, una situación que se revelará mucho más familiar de lo que en principio podría suponerse. Las peculiaridades de la obra hacen que la misma viva tanto del matiz en el gesto y en el tono, como de la descarga en tromba de la más bruta fuerza actoral. La pareja de protagonistas se ve obligada a caminar por el filo durante una hora y media de teatro tenso y duro, a ratos seco como una descarga, a ratos tierno como una caricia, y todo ello sin bajarse un instante de la cuerda floja emocional, que Celia y Javier recorren sudando en la piel de sus personajes, olvidados de que en teatro no hay red –un olvido que en ningún momento puede permitirse el público–. Momentos hay también para el humor, administrado con cuentagotas y que sirve al fin de destensar el arco en que los protagonistas cargan las palabras encadenadas y envenenadas que se disparan el uno al otro, fuego cruzado del que no se librará el espectador –que nadie piense que puede asistir a una representación de “Palabras...” sin sentir que le meten mano en algún rincón profundo, sin experimentar una espesa conmoción.
  
  A este torrente de adjetivos contribuye, sin duda, el espacio escénico creado por La Faena. Poder ver representada “Palabras..” en un local como es el de la Asociación Cultural establecida Piedralaves es un lujo al alcance de pocos. En La Faena, una obra de la intensidad de “Palabras…” desgarra la epidermis necesaria, irremediablemente. Las peculariedades del espacio subrayan cierta cualidad casi cinematográfica de la obra, los rostros en primer plano, las respiraciones saqueadas por la angustia, la distribución abrumadora de los pesos en escena… Pero no se trata tampoco de cine, no, aquí no hay pantalla que valga. El espectador ve arrebatada su atención por esa cercanía extrema y por el trabajo de dos actores empeñados en tentarle los límites al texto, en abocarse a sus simas emocionales, en dejarse ser una vez más interpretando sin reservas en la cresta del instante.

  Al comenzar esta crítica he escrito “lo que se está viviendo” y ahora me doy cuenta de que lo he hecho, tal vez sin saberlo, con toda la intención. Pues cuando el engaño despliega ante nosotros todo su poder, cuando el artificio borra con intención tan sabia como aviesa sus huellas, lo que el teatro nos da, lo que el mejor teatro nos da es, precisamente, la vida. Esto es lo que se llavará quien tenga la fortuna de asistir a la representación del “Palabras Encandenadas” de Perigallo en La Faena. Un pedazo de vida intensa, vibrante, profunda. Un pedazo de vida magníficamente representada que, por eso mismo, se grabará a fuego en el ansia del espectador con consecuencias tan reales como imposibles de soslayar.

Alejandro Caja